De retorno al País de Nunca Jamás
Veinte años pasaron para mi retorno al País de Nunca Jamás. Nunca supe que estaba en él hasta ahora, más precisamente hasta el 14 de abril, cuando pude volar mágicamente a 5,300 metros y ver, junto a “los niños perdidos”, esa tierra mágica donde jugar como un pequeño no es mal visto.
Es el denominado Wila, el ascenso al cerro de ese mismo nombre, que es anualmente protagonizado por los scouts Impeesa (lobo que nunca duerme) tras el cual, en ceremonia especial, los mismos hacen o renuevan su promesa.
Con mucho esfuerzo, aproximadamente cincuenta chicos, entre lobatos, exploradores, pioneros, dirigentes y algunos padres de familia, tras encomendarnos a Dios y pedir permiso a la Madre Tierra, subimos esta cuesta que se ha convertido en una tradición para el grupo Impeesa.
Para los más pequeños llegar al primer pico se constituye en una aventura porque implica gran esfuerzo que deben encarar solos; para los más grandes el segundo es un reto, considerando lo complicado del camino; y para los Robers es una consolidación en su formación porque lo hacen días antes y acampan en los más alto, en el tercer pico.
Por otra parte para los padres inexpertos es un gran reto y un honor llegar hasta el tercer pico, ello considerando que su localización es casi un secreto y el hecho de que son veinte años los cuales el grupo Impeesa sube el mismo.
Arena en los zapatos, espinas de itapallo en las manos (¡auch!!), ropa sucia y cansancio es el común denominador de este ascenso pero con la recompensa de haber llegado completos y deleitarnos con el hermoso panorama.
El tercer pico es el que nos regala el mejor panorama con su aire limpio, unos copos de nieve y el silencio que nos sirve de mesa para deleitarnos con el almuerzo, un privilegio sin duda. Una breve conversación entre los supervivientes y nos dirigimos hacia el lugar de la ceremonia pero antes de ello debemos bajar.
La ceremonia se lleva adelante, niños y jóvenes responden preguntas y efectúan el juramente scout en un marco de seriedad y hualaicherio. Listo, ahora pueden ser scoutes en toda regla. Hay que recoger las cosas y volver a casa.
El retorno, sin duda, rompe nuestros esquemas. La pasividad de los primeros pasos de retorno es rota por gritos que vienen de la parte superior, donde jóvenes caen bruscamente, se golpean contra el piso, son arrastrados por otros, envidiable para quienes ya estamos más abajo.
Es el también tradicional “potocross” un descenso a trote, a gateo, de trasero, de espalda, arrastrado, rodando o como se pueda en un campo empinado y compuesto fundamentalmente de arena en el cual chicos y grandes se divierten pagando el único precio de tener ropa rota, sucia, a tal extremo que muchos son irreconocibles por la tierra que acumulan en las prendas, cabello y el cuerpo.
Y nosotros, los valerosos padres, no nos quedamos fuera, aunque claro con ciertas precauciones que nos recomienda la edad, nos unimos a la bajada dando algunas vueltas y corriendo cuesta abajo hasta perder el equilibrio y terminar con arena hasta donde no llega el sol. Pero vale la pena, jugar como chiquillo sin un capitán Garfio que te recrimine es un sueño.
Nadie es privado de esta alegría que dura media hora aproximadamente hasta llegar a los buses que nos esperan en la carretera. “Sacúdanse un poco la ropa”, dice alguien, previendo la reacción de los choferes de nuestros buses al ver a estos seres salidos de ultratumba.
Veinte años que por asares de la vida deje de pertenecer al movimiento scout, tras una breve estadía, y nunca supe, hasta ahora, que el país de nunca jamás se encontraba aquí, donde si uno desea puede dejar de envejecer y jugar como un infante o crecer y no ser recriminado por ello. Peter pan en casa.
Видео De retorno al País de Nunca Jamás канала Boris Quisberth Luna
Es el denominado Wila, el ascenso al cerro de ese mismo nombre, que es anualmente protagonizado por los scouts Impeesa (lobo que nunca duerme) tras el cual, en ceremonia especial, los mismos hacen o renuevan su promesa.
Con mucho esfuerzo, aproximadamente cincuenta chicos, entre lobatos, exploradores, pioneros, dirigentes y algunos padres de familia, tras encomendarnos a Dios y pedir permiso a la Madre Tierra, subimos esta cuesta que se ha convertido en una tradición para el grupo Impeesa.
Para los más pequeños llegar al primer pico se constituye en una aventura porque implica gran esfuerzo que deben encarar solos; para los más grandes el segundo es un reto, considerando lo complicado del camino; y para los Robers es una consolidación en su formación porque lo hacen días antes y acampan en los más alto, en el tercer pico.
Por otra parte para los padres inexpertos es un gran reto y un honor llegar hasta el tercer pico, ello considerando que su localización es casi un secreto y el hecho de que son veinte años los cuales el grupo Impeesa sube el mismo.
Arena en los zapatos, espinas de itapallo en las manos (¡auch!!), ropa sucia y cansancio es el común denominador de este ascenso pero con la recompensa de haber llegado completos y deleitarnos con el hermoso panorama.
El tercer pico es el que nos regala el mejor panorama con su aire limpio, unos copos de nieve y el silencio que nos sirve de mesa para deleitarnos con el almuerzo, un privilegio sin duda. Una breve conversación entre los supervivientes y nos dirigimos hacia el lugar de la ceremonia pero antes de ello debemos bajar.
La ceremonia se lleva adelante, niños y jóvenes responden preguntas y efectúan el juramente scout en un marco de seriedad y hualaicherio. Listo, ahora pueden ser scoutes en toda regla. Hay que recoger las cosas y volver a casa.
El retorno, sin duda, rompe nuestros esquemas. La pasividad de los primeros pasos de retorno es rota por gritos que vienen de la parte superior, donde jóvenes caen bruscamente, se golpean contra el piso, son arrastrados por otros, envidiable para quienes ya estamos más abajo.
Es el también tradicional “potocross” un descenso a trote, a gateo, de trasero, de espalda, arrastrado, rodando o como se pueda en un campo empinado y compuesto fundamentalmente de arena en el cual chicos y grandes se divierten pagando el único precio de tener ropa rota, sucia, a tal extremo que muchos son irreconocibles por la tierra que acumulan en las prendas, cabello y el cuerpo.
Y nosotros, los valerosos padres, no nos quedamos fuera, aunque claro con ciertas precauciones que nos recomienda la edad, nos unimos a la bajada dando algunas vueltas y corriendo cuesta abajo hasta perder el equilibrio y terminar con arena hasta donde no llega el sol. Pero vale la pena, jugar como chiquillo sin un capitán Garfio que te recrimine es un sueño.
Nadie es privado de esta alegría que dura media hora aproximadamente hasta llegar a los buses que nos esperan en la carretera. “Sacúdanse un poco la ropa”, dice alguien, previendo la reacción de los choferes de nuestros buses al ver a estos seres salidos de ultratumba.
Veinte años que por asares de la vida deje de pertenecer al movimiento scout, tras una breve estadía, y nunca supe, hasta ahora, que el país de nunca jamás se encontraba aquí, donde si uno desea puede dejar de envejecer y jugar como un infante o crecer y no ser recriminado por ello. Peter pan en casa.
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