La abstracción del Mundo - José Luis Muñoz de Baena - EFO104
Escuela de Filosofía de Oviedo
José Luis Muñoz de Baena Simón
La abstracción del Mundo
25 enero 2016
https://fgbueno.es/act/efo104.htm
El tema de esta lección es el modo en que el voluntarismo bajomedieval de Scoto y Ockham, producto de su común voluntarismo teísta, ha vertebrado la Modernidad jurídico-política. En ambos casos, la falta de condicionamiento del acto cognoscitivo y volitivo por la cosa produce el efecto, ya de conocer una representación (escotistas), ya de disolver el acto mismo de conocimiento en el lenguaje (ockhamistas). Siguiendo esta matriz, en el ámbito jurídico-político la Modernidad se entrega a la tarea de construir una sociedad a partir de un sujeto no menos construido que ella. La autorreferencia de esta operación, que denunciaron agudamente los frankfurtianos y Pietro Barcellona, entraña una continua oscilación del pensamiento moderno en una constante búsqueda de formas escotistas (en Suárez, en Pufendorf, en Rousseau) que pretenden reconstruir un orden social negado de antemano, que pese a mostrarse como producto de una racionalidad creciente, no es sino el resultado de un patrón teológico, como vio claramente Schmitt. Esta estructura de pensamiento puede detectarse en multitud de teorías y controversias modernas, como el iusnaturalismo alemán precrítico, la idea de Jellinek de una autolimitación del Estado o la polémica de Kelsen y Schmitt sobre los límites del orden jurídico.
El resultado, en nuestros tiempos posmodernos, es la total preterición del objeto, el conocimiento siempre oscilante entre la equivocidad plena y la univocidad. El modelo acaba por prevalecer sobre lo que describe (no es otro el sentido de la precesión del simulacro de que hablaba Baudrillard); en el límite, en su forma nominalista, la omnipresencia de un querer privado de fin –como consecuencia de la destrucción de la relación trascendental entre la voluntad y el bien– instaura la indiferencia absoluta de toda elección porque ha suprimido el criterio: esto es, impone el deseo puro como motor social absoluto (no casualmente, también Baudrillard habla de la sociedad de consumo). Ambas tendencias conducen, de modo diverso, a la desaparición de lo político en favor de las políticas, disueltas en formas procedimentales (Habermas), así como a la escenificación de la política y la utilización de los derechos subjetivos reducidos a mera mercancía electoral, carentes de toda referencia a relaciones o instituciones previas. La constatación de Foucault sobre la posibilidad de la muerte del Hombre no hace sino reafirmar lo evidente: si todo se reduce al sujeto y éste es otra construcción, si la causa eficiente prima sobre cualesquiera otras, no disponemos de criterio estable alguno. El propio sujeto puede borrarse, de modo que nada resta salvo un conglomerado de prácticas autonomizadas (y atomizadas). Hay aquí un nominalismo tan invasivo, tan capilarmente extendido, que ni siquiera necesita un sujeto que actúe como causa eficiente del flatus vocis: la Modernidad ha trepado por una escalera que, como en la célebre frase de Wittgenstein, está en condiciones de arrojar. El problema no es sólo que parezca no haber llegado hasta lugar alguno; es que parece también destinada a caer con ella.
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José Luis Muñoz de Baena Simón
La abstracción del Mundo
25 enero 2016
https://fgbueno.es/act/efo104.htm
El tema de esta lección es el modo en que el voluntarismo bajomedieval de Scoto y Ockham, producto de su común voluntarismo teísta, ha vertebrado la Modernidad jurídico-política. En ambos casos, la falta de condicionamiento del acto cognoscitivo y volitivo por la cosa produce el efecto, ya de conocer una representación (escotistas), ya de disolver el acto mismo de conocimiento en el lenguaje (ockhamistas). Siguiendo esta matriz, en el ámbito jurídico-político la Modernidad se entrega a la tarea de construir una sociedad a partir de un sujeto no menos construido que ella. La autorreferencia de esta operación, que denunciaron agudamente los frankfurtianos y Pietro Barcellona, entraña una continua oscilación del pensamiento moderno en una constante búsqueda de formas escotistas (en Suárez, en Pufendorf, en Rousseau) que pretenden reconstruir un orden social negado de antemano, que pese a mostrarse como producto de una racionalidad creciente, no es sino el resultado de un patrón teológico, como vio claramente Schmitt. Esta estructura de pensamiento puede detectarse en multitud de teorías y controversias modernas, como el iusnaturalismo alemán precrítico, la idea de Jellinek de una autolimitación del Estado o la polémica de Kelsen y Schmitt sobre los límites del orden jurídico.
El resultado, en nuestros tiempos posmodernos, es la total preterición del objeto, el conocimiento siempre oscilante entre la equivocidad plena y la univocidad. El modelo acaba por prevalecer sobre lo que describe (no es otro el sentido de la precesión del simulacro de que hablaba Baudrillard); en el límite, en su forma nominalista, la omnipresencia de un querer privado de fin –como consecuencia de la destrucción de la relación trascendental entre la voluntad y el bien– instaura la indiferencia absoluta de toda elección porque ha suprimido el criterio: esto es, impone el deseo puro como motor social absoluto (no casualmente, también Baudrillard habla de la sociedad de consumo). Ambas tendencias conducen, de modo diverso, a la desaparición de lo político en favor de las políticas, disueltas en formas procedimentales (Habermas), así como a la escenificación de la política y la utilización de los derechos subjetivos reducidos a mera mercancía electoral, carentes de toda referencia a relaciones o instituciones previas. La constatación de Foucault sobre la posibilidad de la muerte del Hombre no hace sino reafirmar lo evidente: si todo se reduce al sujeto y éste es otra construcción, si la causa eficiente prima sobre cualesquiera otras, no disponemos de criterio estable alguno. El propio sujeto puede borrarse, de modo que nada resta salvo un conglomerado de prácticas autonomizadas (y atomizadas). Hay aquí un nominalismo tan invasivo, tan capilarmente extendido, que ni siquiera necesita un sujeto que actúe como causa eficiente del flatus vocis: la Modernidad ha trepado por una escalera que, como en la célebre frase de Wittgenstein, está en condiciones de arrojar. El problema no es sólo que parezca no haber llegado hasta lugar alguno; es que parece también destinada a caer con ella.
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