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Una humilde sierva de Dios

Mi esposa, la Lic. Carmen Graciela Médico, falleció. Ella sirvió a Dios de muchas formas, con total desinterés. Fue una abnegada esposa, madre, psicóloga, profesora, rectora y pastora.

Todo pasó tan rápido, que aún no salimos del asombro.
Como tantas veces que hemos salido, esperaba volver a casa con ella.

Unos 45 días antes de fallecer tuvo una molestia en una pierna que pudo sanar, por la gracia de Dios, y con una buena orientación de su médico. Y unos quince días antes de su fallecimiento comenzó a dolerle la otra pierna.

Ella estaba siendo seguida por un profesional responsable. Sin embargo, el Jueves 29 de Diciembre del 2023, a medida que avanzaba la mañana, comenzó a tener dificultad para respirar.

Y, como tenía que hacerse un ecodopler, habíamos ido a una clínica para que se lo hagan, pero se acentuó su problema respiratorio. Por lo cual, fue trasladada de urgencia a un Hospital.

Los médicos que la asistieron en forma inmediata me comunicaron que posiblemente se produjo una trombosis en una de las piernas, que ningún médico había diagnosticado. Y cuando llegó a la guardia del hospital, estaba totalmente descompensada.

Después de un tiempo me informaron que no estaban pudiendo compensarla. Y me permitieron verla, pero no garantizaron nada.

La mantuvieron con un respirador, pero me plantearon que un coágulo entorpeció el funcionamiento del pulmón.

Me dijeron que sólo restaba esperar. Y a última hora del mismo día falleció.

No salimos del asombro. Todo se fue sucediendo de un modo sorpresivo.
Ella siempre fue fuerte y superaba toda molestia que podía tener.
Todos los que la conocíamos quedamos consternados y con mucho dolor.

Gocé compartir infinidad de experiencias junto a ella. Siempre le buscaba el lado bueno a todo. Y más allá de las circunstancias, sencillas, difíciles, siempre tenía una sonrisa para regalar.

Graciela reflejó a través de su vida y acciones las virtudes de la mujer que se describen en Proverbios 31.

"Fuerza y honor son su vestidura... Abre su boca con sabiduría, y la ley de clemencia está en su lengua" (Proverbios 31).

Fue y es fácil a amarla, porque el amor no se apaga. Ella confiaba en las promesas de Dios y hoy está experimentando una de ellas: Está en la presencia del Señor.

Y espero volverla a ver cuando Dios lo disponga.
Mientras tanto, continuaré confiando en sus promesas.

"porque en Él vivimos, nos movemos y existimos…" (Hechos 17.28).

"Bienaventurados los de limpio corazón, pues ellos verán a Dios" (Mateo 5.8).

"Si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en Él" (1 Tesalonicenses 4.14).

"Y el Dios de esperanza les llene de todo gozo y paz en el creer, para que abunden en esperanza por el poder del Espíritu Santo" (Romanos 5.13).

¡Qué bueno fue conocerla, caminar junto a ella y sentarnos juntos en algún lugar!

Me encuentro con muchos sentimientos encontrados, con trámites que no tenía pensado hacer, sin esa mano que acariciaba cada día, sin esa sonrisa que iluminaba el día.

Y aunque no es lo mismo, debo tomar el desayuno de cada mañana sin su compañía, viendo una serie sin escuchar su risa (cuando alguna escena la hacía reír), sin sus ingeniosas comidas (que hacía con unos pocos ingredientes), sin sus comentarios lúcidos sobre la realidad, sin poder volver a compartir con ella un programa de radio, sin poder volver a escucharle un mensaje nuevo y sin sus palabras de aliento.

Ella tenía una inquebrantable fe en Dios y creía firmemente en sus promesas. Ella era una mujer de oración.

Siempre atravesó con entereza cada prueba que afrontaba.

Y aunque nos pese, los tiempos de Dios no son los nuestros.
No sé si tenemos una hora marcada, ni cómo Dios decide que llegó la hora de partir.
Sólo se, y tengo la esperanza, de que Dios tiene en claro cómo y cuándo llevarnos a su presencia, para encontrarnos con Él.

Cuando Dios lo decida espero volverla a ver.
Mientras tanto la voy a recordar con mucho amor, tratando de avanzar paso a paso, confiando en que Dios sana este dolor y trae consuelo a nuestras vidas.

"Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios" (2 Corintios 1.3-4).

"Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación" (Mateo 5.4).

"Si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así que, ya sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos" (Romanos 14.8 ).

“Estimada es a los ojos de Dios la muerte de sus santos” (Salmo 116.15).

"Dios es nuestro refugio y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones" (Salmo 46.1).

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28 января 2024 г. 1:42:12
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