La verdadera historia de la laguna de Pomacochas.

La verdadera historia de la laguna, tal y como me la contó mi abuelo GENARO CARRIÓN SILVA, cuando yo tenía tan solo 06 años de edad.
Como todas las historias comienzan con, Había una vez un pueblo en el mismo lugar que hoy se encuentra la laguna que ustedes están viendo, las pampas y praderas de los alrededores eran extraordinariamente fértiles, como es, hasta hoy en día, y sus habitantes que eran ganaderos y agricultores, en sus inicios eran muy buenas personas compartían lo que tenían con los menos afortunados. Un buen día encontraron las minas de plata de Cullquiyacu, que viene del vocablo quechua (cullqui=plata, yacu=agua) desde ese momento la riqueza y poder, cambio a las personas, por consiguiente, la soberbia, la mezquindad reinaba en ellos, jamás hacían obras de caridad, ni daban posada a los transeúntes.
Los ricos odiaban a los pobres y no adoraban al Dios verdadero, pues se volvieron idólatras, todos los días eran fiestas y más fiestas a tal punto de llegar a una denigración enorme, sólo comparada con Sodoma y Gomorra.
Al ver esto, Dios en persona decidió visitar este pueblo, la mejor forma que encontró para hacerlo, fue como un anciano mendigo. Entró en la ciudad un viernes por la tarde, como de costumbre había muchas fiestas en las casas de las personas, se acercó a todas las casas, tocando muchas puertas, pidiendo algo de comida y cobijo, sin encontrar alma caritativa alguna; en cuanto veían al anciano le echaban los perros, más estos, en vez de ladrarle y morderle, acudían a lamer sus heridas, lo que enojaba más a los furiosos dueños.

El anciano sufrió estos ultrajes en silencio, al atardecer, ya en la salida del pueblo, luego de recorrer todas las casas, una por una, llegó a las puertas de una chocita muy pobre, donde vivía una mujer con muchos hijos. Ésta le recibió con mucho cariño, lo invito a pasar, una vez dentro, el anciano le pregunto por su esposo, a lo que ella le contesto, que estaba trabajando toda la semana en los terrenos del principal del pueblo, en el cerro de Tranca Urco, pero que hoy llegaba porque ya no les quedaba comida para sus hijos.
Al ver al anciano con harapos y cansado, la buena mujer a pesar que solo le quedaba una gallina en el corral, sin pensarlo demasiado, la mató para prepararle un delicioso caldo. Cuando la señora iba hacia la mesa donde sentó al mendigo, con el plato en las manos, el viejecito no aceptó alimento alguno, sólo pidió que lo dejaran descansar por un momento, pero que le regalara unas flores de azucenas y margaritas, que había visto en la huerta de la casa, la mujer presurosa fue y trajo un ramo de estas flores, el anciano las cogió y aspiro profundamente por largo rato. Luego levantándose, dijo a la buena mujer:
— “He caminado por todo el pueblo, buscando a una persona caritativa, la única que he encontrado eres tú. En premio a tu bondad te salvaré la vida, pero es preciso que dejes tu casa, que vayas con tus hijos y tu esposo, esta misma noche al cerro Tranca Urco, también recoge todas las plumas de tu gallina y las esparces en cuanto llegues, de igual manera, estas flores que tu esposo las vaya dejando una por una, en toda la cuesta y oigas lo que oigas, no te levantes para nada, ni tu esposo, ni tus hijos, porque a la medianoche, castigaré a esta ciudad por su falta de generosidad y agradecimiento por todas las bondades que la naturaleza les ha brindado, mañana podéis salir, dicho esto el anciano desapareció.
Como la mujer era generosa, contó a sus vecinos lo que el anciano misterioso le había anunciado, pero éstos, llenos de incredulidad, la llamaron loca, al llegar su esposo le contó todo lo sucedido, este a pesar de su cansancio le creyó y abandonaron la ciudad esa misma noche en las yeguas que estaban a su cargo.

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