Artista del día: Astrid González / Los 10 del Premio Arte Joven 2022
Día 10
Astrid González
Frigio
Video, impresos y libro de artista
Medellín
Esta no es una clase de historia. Pero vale la pena recordar que en 1791 François Toussaint-Louverture lideró una improbable batalla de Independencia frente a los colonos franceses. Vencieron y Haití se convirtió en el primer territorio libre en el continente americano. Repito: era un triunfo improbable, los franceses tenían armas, habían efectuado el tránsito de la colonización simbólica a la material y habían impuesto una sólida estructura política; pero no contaban con dos variables que reescriben las historias: los haitianos no tenían nada que perder –preferirían la muerte antes de seguir sufriendo las vejaciones de las que eran objeto– y contaban con un líder que pensaba como haitiano y como francés.
Diecinueve años más tarde, el ejército de Simón Bolívar continuaría una secuencia de gritos independentistas con el triunfo en Colombia. Un líder mestizo, muy alejado de la inflexible voluntad negra de Toussaint-Louverture, encabezó a los criollos. Dos batallas distantes y distintas con intercambios de cartas y voluntades. Sin embargo, el símbolo es el mismo: un sombrero rojo con un ridículo aire pitufino que se arroga el significado de “libertad”. Ese gorro se llama Frigio, al igual que la poderosa obra de identidad y lucha con la cual Astrid González se convirtió en finalista del Premio Arte Joven 2022.
La obra está compuesta por un video en el cual un hombre negro se funde en humo blanco; dos impresos con los escudos de Haití y Colombia en los cuales el sombrero frigio grita en ruidoso rojo sangre sobre fondo negro; y un libro de artista con versos y cartas de nuestras siempre relativas independencias.
Antioqueña, hija de padres chocoanos, Astrid no es paisa. Esa narrativa de carriel y montaña, que el pueblo antioqueño ha construido como versión única de su identidad, ha sabido invisibilizar la presencia indígena y a la inmensa población negra del Urabá. Antioquias, en plural, fue el nombre con el cual la venezolana Nydia Gutiérrez inauguró su gestión como curadora del Museo de Antioquia en 2018. Un reconocimiento estético de la diversidad silenciada. Esta no es una clase de historia, pero no está de más escribir que esa curaduría buscaba arrojar luz sobre lo obvio, sobre lo que para muchos es antropología, literatura o arte, pero que para millones de antioqueñas, como Astrid, es biografía y experiencia de discriminación.
“Las experiencias de racialización me llevaron a preguntarme por qué pasaban estas cosas. Las lecturas de antropología e historia abrieron el camino. Luego me acerqué a grupos de jóvenes afrodescendientes que estaban en las mismas búsquedas y llegué a las artes visuales como camino de expresión”, afirma Astrid.
El poder de lo simbólico es la única fuerza capaz de crear la ficción de una patria. El poder de lo simbólico es también lo único capaz de apaciguar la voluntad de un pueblo, incluso más que las torturas y las armas. El poder de lo simbólico es, sin exagerar, capaz de convertir un poema disparatado de Rafael Núñez en júbilo henchido a todo pulmón en un estadio lleno de gente contemplando a un ejército de futbolistas al borde de la eliminación. No está de más recordar que el poder de lo simbólico es capaz de muchas cosas, pero no de convencernos de que un sombrero rojo significa libertad en este pueblo que niega lo negro y lo indígena y que perpetúa la esclavitud mental. Pero esta no es una clase de historia.
Видео Artista del día: Astrid González / Los 10 del Premio Arte Joven 2022 канала Bacánika
Astrid González
Frigio
Video, impresos y libro de artista
Medellín
Esta no es una clase de historia. Pero vale la pena recordar que en 1791 François Toussaint-Louverture lideró una improbable batalla de Independencia frente a los colonos franceses. Vencieron y Haití se convirtió en el primer territorio libre en el continente americano. Repito: era un triunfo improbable, los franceses tenían armas, habían efectuado el tránsito de la colonización simbólica a la material y habían impuesto una sólida estructura política; pero no contaban con dos variables que reescriben las historias: los haitianos no tenían nada que perder –preferirían la muerte antes de seguir sufriendo las vejaciones de las que eran objeto– y contaban con un líder que pensaba como haitiano y como francés.
Diecinueve años más tarde, el ejército de Simón Bolívar continuaría una secuencia de gritos independentistas con el triunfo en Colombia. Un líder mestizo, muy alejado de la inflexible voluntad negra de Toussaint-Louverture, encabezó a los criollos. Dos batallas distantes y distintas con intercambios de cartas y voluntades. Sin embargo, el símbolo es el mismo: un sombrero rojo con un ridículo aire pitufino que se arroga el significado de “libertad”. Ese gorro se llama Frigio, al igual que la poderosa obra de identidad y lucha con la cual Astrid González se convirtió en finalista del Premio Arte Joven 2022.
La obra está compuesta por un video en el cual un hombre negro se funde en humo blanco; dos impresos con los escudos de Haití y Colombia en los cuales el sombrero frigio grita en ruidoso rojo sangre sobre fondo negro; y un libro de artista con versos y cartas de nuestras siempre relativas independencias.
Antioqueña, hija de padres chocoanos, Astrid no es paisa. Esa narrativa de carriel y montaña, que el pueblo antioqueño ha construido como versión única de su identidad, ha sabido invisibilizar la presencia indígena y a la inmensa población negra del Urabá. Antioquias, en plural, fue el nombre con el cual la venezolana Nydia Gutiérrez inauguró su gestión como curadora del Museo de Antioquia en 2018. Un reconocimiento estético de la diversidad silenciada. Esta no es una clase de historia, pero no está de más escribir que esa curaduría buscaba arrojar luz sobre lo obvio, sobre lo que para muchos es antropología, literatura o arte, pero que para millones de antioqueñas, como Astrid, es biografía y experiencia de discriminación.
“Las experiencias de racialización me llevaron a preguntarme por qué pasaban estas cosas. Las lecturas de antropología e historia abrieron el camino. Luego me acerqué a grupos de jóvenes afrodescendientes que estaban en las mismas búsquedas y llegué a las artes visuales como camino de expresión”, afirma Astrid.
El poder de lo simbólico es la única fuerza capaz de crear la ficción de una patria. El poder de lo simbólico es también lo único capaz de apaciguar la voluntad de un pueblo, incluso más que las torturas y las armas. El poder de lo simbólico es, sin exagerar, capaz de convertir un poema disparatado de Rafael Núñez en júbilo henchido a todo pulmón en un estadio lleno de gente contemplando a un ejército de futbolistas al borde de la eliminación. No está de más recordar que el poder de lo simbólico es capaz de muchas cosas, pero no de convencernos de que un sombrero rojo significa libertad en este pueblo que niega lo negro y lo indígena y que perpetúa la esclavitud mental. Pero esta no es una clase de historia.
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