El pequeño Esteban rogaba por un pedazo de pan sin imaginar quien lo esperaba en la esquina...

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El dolor en el estómago era algo a lo que ya se había acostumbrado, sin embargo, había días como aquel en el que se había vuelto más agudo de lo normal. Se levantó del colchón roto que alguien había arrojado al basurero, y que ahora le servía de cama, cuando sintió que un pequeño y tibio cuerpo se revolvía a su lado.

- Buenos días, Fido. ¿Empezamos a buscar algo para comer?
Un pequeño y lanudo perrito asomó su cabeza por la ligera y sucia sábana y con una jadeante sonrisa, le devolvió el saludo, agregando unos cuantos lametones.

Esteban era un niño de nueve años que vivía en las calles de un pueblo bastante grande. Sus padres habían muerto cuando él era muy pequeño. No tenía familia ni amigos, solo su perro Fido, un perrito callejero muy peludo y sucio que lo seguía a todas partes.

Esteban y Fido pasaban el día buscando algo de comer en los basureros o pidiendo limosna a los transeúntes. A veces conseguían algunas monedas o restos de comida, pero otras veces se quedaban con el estómago vacío. Esteban soñaba con lo que todos los niños que viven en la calle desean. Una persona que los ame y un techo con comida.
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