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NOVENA SAN JOSÉ DÍA 5

El dolor y la paciencia al servicio de Cristo y Su Madre pronto se transformarían en plena alegría.

La visita del ángel pondría fin a la miseria de José.

El Niño que la hermosa María llevaba era el Hijo del Altísimo, el autor del universo, la Vida misma. No tenía padre terrenal, pues el Dios de las Alturas era Su Padre. La Tercera Persona del Dios Inescrutable, el Espíritu Santo, había obrado el milagro en el cuerpo de María.

Sobre José cayó de golpe la realización de lo que su matrimonio significaba.
Él, entre todos los hombres de la tierra, sería el guardián de la Madre del Salvador.

Sobre él recaería la responsabilidad de proteger al Niño Jesús, de proveer Su hogar, de velar por Su infancia, de guiarlo hacia una madurez segura que sería un preludio a Su vida pública.

José estaría al cargo de la creación mas sublime del Dios Todopoderoso.

¿El hogar? José solo tenía la casa del carpintero que ofrecer. La comida del Hijo de Dios sería sencilla. Las ropas que llevaría serían las de un niño de trabajador.

Pero José silenciosamente juró que al Cristo nunca le faltaría un corazón que lo amara, manos que lo sirvieran, pies para correr Sus encargos, una espalda para soportar cualquier peso que Dios le permitiera llevar.

José y María se sonrieron mutuamente y juntos esperaron la llegada del Hijo de Dios, el Salvador del mundo.

A José, guardián de María y protector del Infante Salvador, le oramos:

Oh Señor, que en Vuestra inefable Providencia Os complacisteis en elegir al Santo José como esposo de Vuestra santísima Madre, concedednos, Os rogamos, ser dignos de tenerle como intercesor en el cielo, a quien veneramos como protector en la tierra.

Vos que vivís y reináis con Dios Padre en la unidad del Espíritu Santo, por los siglos de los siglos.

Amén.

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