La Justicia del Publicano derroto la Justicia del Fariseo: Dr Peter BurgosVega Psy.D

Jesús habló a menudo del tema de la justicia, suplicando a sus oyentes que comprendieran su total incapacidad de ser lo suficientemente justos para alcanzar el reino de los cielos.

La Parabola de el fariseo y el Publicano es el epítome de alguien que se justifica a sí mismo. Note que su oración no tiene elementos de confesión. No pide perdón por sus pecados, quizás porque cree que no tiene nada que confesar. Tampoco hay ninguna palabra de alabanza o acción de gracias a Dios. Su oración tiene que ver con él.

Incluso el agradecimiento que ofrece está diseñado para exaltarse a sí mismo y colocarse por encima de otros a quienes trata con desdén. Al ir al templo a orar con la condición de su corazón tal como estaba, bien podría haberse quedado en casa. Dios no escucha tal "oración".

A diferencia del fariseo, que se para valientemente en el templo recitando sus oraciones de autocomplacencia, el recaudador de impuestos se paró "lejos" o "a distancia", tal vez en una habitación exterior, pero ciertamente lejos del fariseo que se habría ofendido. por la cercanía de este hombre.

Los recaudadores de impuestos, debido a su asociación con los odiados romanos, eran vistos como traidores a Israel y odiados y tratados como marginados. La postura de este hombre hablaba de su indignidad ante Dios.

Incapaz de siquiera levantar los ojos al cielo, la carga de su culpa y vergüenza pesaba mucho sobre él, y la carga que llevaba se había vuelto insoportable.

Vencido por sus transgresiones, se golpea el pecho con dolor y arrepentimiento y pide a Dios misericordia. La oración que dice es la misma que Dios está esperando escuchar, y su actitud es exactamente lo que Dios quiere de todos los que vienen a Él.

El recaudador de impuestos exhibe precisamente lo que Jesús habló en el Sermón de la Montaña: “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos” (Mateo 5: 3).

Ser pobre en espíritu significa admitir que no tenemos nada que ofrecer a Dios para expiar nuestro pecado. Venimos a Dios como mendigos vacíos, empobrecidos, despreciados, en bancarrota, dignos de lástima y desesperados.

El recaudador de impuestos reconoce su condición pecaminosa y busca lo único que puede salvar la brecha entre él y Dios. “Ten piedad de mí”, grita, y sabemos desde el final de la parábola que Dios escuchó su oración pidiendo misericordia y la respondió.

Jesús nos dice en el versículo 14 que el recaudador de impuestos se fue justificado (hecho justo) porque se había humillado ante Dios, confesando que ninguna cantidad de obras podía salvarlo de su pecado y que solo la misericordia de Dios podía hacerlo.

Ninguna cantidad de buenas obras, asistencia a la iglesia, diezmos, servicio comunitario, amar al prójimo o cualquier otra cosa que hagamos es suficiente para quitar la mancha del pecado y permitirnos estar delante de un Dios santo por nuestra cuenta.

Además, no debemos cometer el error de compararnos con los demás y ganarnos la confianza de lo que vemos en esa comparación.

Cuando intentamos justificarnos comparándonos con los demás, naturalmente terminamos despreciándolos.

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Dr. Peter Burgos Vega Psy.D, MFT, LPP
Bilingual Family & Couple Therapy
Licensed Psychoterapist, Marriage & Family Therapy: Crisis de Comunicacion, Infidelidad, Crisis de Divorcio, Divorcio Emocional.

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