Cuando caen los muros de la arrogancia, la vergüenza y el miedo
[Retiro en Melbourne, Australia: Una relación con viva con Dios - Predicación 3 de 6]
* El Espíritu Santo es el único que puede crear y fortalecer una relación viva entre Dios y el hombre. Sin el Espíritu, la noticia de Cristo es solo algo externo y ajeno.
* Pero hay barreras que hay que vencer, que son como los muros de Jericó en cada uno de nosotros.
(1) La arrogancia hace que uno pretenda justificar su camino simplemente porque es el que uno ha seguido o escogido. Hija de la soberbia, esta arrogancia nos impermeabiliza frente al río del amor divino. Muchas veces tal arrogancia solo se resquebraja frente a la experiencia de las propias limitaciones, como suele suceder cuando sentimos el peso del fracaso.
(2) La vergüenza nos aparta también de la experiencia del amor, como cuando un enfermo esconde sus llagas al médico que podría curarlo. Sólo hay solución cuando abrimos el alma, por ejemplo, en la confesión.
(3) El miedo es fruto de tantos prejuicios que nos han metido en contra de la Iglesia, y además el es fruto natural del pecado, que, como hizo con Adán, nos empuja a ocultarnos de la mirada divina. El compasivo amor de Cristo puede hacer mucho por derretir ese hielo y llevarnos a una actitud de confianza y sencillez de niños.
* * *
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* El Espíritu Santo es el único que puede crear y fortalecer una relación viva entre Dios y el hombre. Sin el Espíritu, la noticia de Cristo es solo algo externo y ajeno.
* Pero hay barreras que hay que vencer, que son como los muros de Jericó en cada uno de nosotros.
(1) La arrogancia hace que uno pretenda justificar su camino simplemente porque es el que uno ha seguido o escogido. Hija de la soberbia, esta arrogancia nos impermeabiliza frente al río del amor divino. Muchas veces tal arrogancia solo se resquebraja frente a la experiencia de las propias limitaciones, como suele suceder cuando sentimos el peso del fracaso.
(2) La vergüenza nos aparta también de la experiencia del amor, como cuando un enfermo esconde sus llagas al médico que podría curarlo. Sólo hay solución cuando abrimos el alma, por ejemplo, en la confesión.
(3) El miedo es fruto de tantos prejuicios que nos han metido en contra de la Iglesia, y además el es fruto natural del pecado, que, como hizo con Adán, nos empuja a ocultarnos de la mirada divina. El compasivo amor de Cristo puede hacer mucho por derretir ese hielo y llevarnos a una actitud de confianza y sencillez de niños.
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