Camaleón

Yo he heresado a mi madre en el amor a los animales. Recuerdo que una vez recogí del campo un camaleón herido y lo llevé a mi almacén. Por allí anduvo solo hasta que mi madre encontró otro, asimismo, malparado, y lo llevó junto al mío.
Ambos permanecieron juntos, alimentándose de moscas, una larga temporada de verano, hasta que un buen día comprobé que estaban recuperados y los liberé en su hábitat natural ya finalizando el otoño. Eran dos saurios preciosos, que cambiaban de color según donde se posasen. Pero no sabía –ni me preocupó– su sexo.
Sin embargo, a la siguientes primavera una mañana abro la puerta de la nave y observo con inusitada sorpresa una hilera de jóvenes camaleoncitos que salían debajo de una teja que había en un rincón del local. Ni que decir tiene que corrí a dar la noticia a mi madre, la cual se pondría más contenta que yo y me confirmaría lo que yo ya había intuido: que habíamos acertado con una pareja y que aquélla había anidado bajo dicha teja. Por supuesto, un placer impagable. La pena, fue que hubo soltarles igualmente, sin saber la suerte que correrían entre olivares.
Jose Antonio Fortes

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