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CATEQUESIS SOBRE EL DISCERNIMIENTO 14. El acompañamiento espiritual.

CATEQUESIS SOBRE EL DISCERNIMIENTO.

14. El acompañamiento espiritual.

Con esta catequesis concluimos el ciclo dedicado al tema del discernimiento, y lo hacemos completando el discurso sobre las ayudas que pueden y deben sostener el proceso de discernimiento. Una de ellas es el acompañamiento espiritual.

La gracia de Dios en nosotros siempre actúa sobre nuestra naturaleza. Es importante, en primer lugar, darnos a conocer, sin tener miedo a compartir los aspectos más frágiles, en los que nos descubrimos más sensibles, débiles o temerosos de ser juzgados. No que decida por nosotros, no: que nos acompañe. Porque la fragilidad es, en realidad, nuestra verdadera riqueza: somos ricos en fragilidad, todos; la verdadera riqueza, que debemos aprender a respetar y acoger, porque, cuando se la ofrecemos a Dios, nos hace capaces de ternura, de misericordia y de amor. La fragilidad —diría— nos hace humanos. Es nuestro tesoro más preciado: de hecho, Dios, para hacernos semejantes a Él, quiso compartir hasta el final nuestra propia fragilidad. Miremos el crucifijo: Dios que baja precisamente a la fragilidad. Miremos al pesebre donde llega con una fragilidad humana grande.

Y el acompañamiento espiritual, si es dócil al Espíritu Santo, ayuda a desenmascarar malentendidos, incluso graves, en la consideración que tenemos de nosotros mismos y en nuestra relación con el Señor. Las personas que tienen un verdadero encuentro con Jesús no temen abrirle su corazón, presentarle su vulnerabilidad, su propia insuficiencia, su propia fragilidad. De este modo, su compartir se convierte en una experiencia de salvación, de perdón libremente recibido.

Contar ante otra persona lo que hemos vivido o lo que buscamos ayuda a aportar claridad en nuestro interior, sacando a la luz los muchos pensamientos que nos habitan y que a menudo nos perturban con sus insistentes estribillos. Cuántas veces, en momentos oscuros, tenemos pensamientos así: “Lo he hecho todo mal, no valgo nada, nadie me comprende, nunca tendré éxito, estoy destinado al fracaso”. Pensamientos falsos y venenosos, que la confrontación con el otro ayuda a desenmascarar, para sentirnos amados y estimados por el Señor por lo que somos, capaces de hacer cosas buenas por Él. Descubrimos con sorpresa formas distintas de ver las cosas, signos de bondad que siempre han estado presentes en nosotros. Podemos compartir nuestras fragilidades con el otro, sea laico, sea sacerdote. Esto nos ayuda a aclararlas bien y ver de dónde vienen las raíces y así superarlas.

Quien acompaña no sustituye al Señor, no hace el trabajo en lugar del acompañado, sino que camina a su lado, le anima a leer lo que se mueve en su corazón, el lugar por excelencia donde habla el Señor. El acompañante espiritual es el que te dice: “Muy bien, pero mira aquí, mira aquí”, te llama la atención sobre cosas que pueden estar pasando; te ayuda a comprender mejor los signos de los tiempos, la voz del Señor, la voz del tentador, la voz de las dificultades que no logras superar.

No vamos solos al Señor. Tenemos que entenderlo. Como en el relato evangélico del paralítico, a menudo somos sostenidos y curados gracias a la fe de otra persona (cf. Mc 2,1-5); que nos ayuda a avanzar, porque todos tenemos a veces parálisis interiores y hace falta alguien que nos ayude a superar ese conflicto con su ayuda. No vamos solos al Señor, recordémoslo; otras veces, somos nosotros quienes asumimos ese compromiso por otro hermano o hermana. Y somos acompañantes para ayudar al otro. Sin una experiencia de filiación y fraternidad, el acompañamiento puede dar lugar a expectativas irreales, malentendidos y formas de dependencia que dejan a la persona en un estado infantil. Acompañamiento, pero como hijos de Dios y hermanos con nosotros.

La Virgen María es maestra de discernimiento: habla poco, escucha mucho y guarda en su corazón (cf. Lc 2,19). Y las pocas veces que habla, deja huella. Por ejemplo, en el Evangelio de Juan, hay una frase muy breve pronunciada por María que es una consigna para los cristianos de todos los tiempos: «Hagan lo que Él les diga» (cf. 2,5). María sabe que el Señor habla al corazón de cada uno, y nos pide que traduzcamos esta palabra en acciones y opciones.

El discernimiento es un don de Dios, que hay que pedir siempre. Señor, dame la gracia de discernir en los momentos de la vida, qué tengo que hacer, qué tengo que entender. Dame la gracia de discernir, y dame la persona que me ayude a discernir.

La voz del Señor siempre se reconoce, tiene un estilo único, es una voz que apacigua, anima y tranquiliza en las dificultades. El Evangelio nos lo recuerda constantemente: «No temas» (Lc 1,30), nos repite el Señor hoy también a nosotros; «no temas»: si confiamos en su palabra, jugaremos bien el partido de la vida, y podremos ayudar a los demás. Como dice el Salmo, su Palabra es lámpara para nuestros pasos y luz en nuestro camino (cf. 119.105).

Papa Francisco, AG, 4/1/2023.

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